EDUCACION, LA MEJOR VACUNA




La educación es algo de lo que llevamos hablando mucho tiempo como parte del proceso de evolución femenina. En nuestras latitudes, formarse nos posibilita una independencia no solo económica sino de pensamiento –nos posibilita, no nos garantiza, evidentemente-. Lo cierto es que, sin una adecuada formación, en todas partes somos carne de cañón.


En este artículo se nos relata cómo una mujer masai, gracias a la educación, fue salvando situaciones habituales en su cultura: matrimonio infantil, concertado y forzoso, avalancha de hijos antes de los 20… Y cómo volvió a su aldea para ayudar a otras mujeres a seguir el mismo camino de liberación.

Aparentemente su situación es muy diferente a la nuestra, ya que en occidente no nos obligan a casarnos a los 12, podemos aplazar la maternidad… pero su ejemplo nos sirve a todas, puesto que la educación, la formación, son imprescindibles para todas nosotras, como elemento de posibilitancia, como elemento de cambio.

Leamos su historia:


MUJER MASAI DESCUBRIÓ LA VACUNA CONTRA EL MATRIMONIO FORZOSO

Kakenya Ntaiya ha abierto allí una escuela para que las niñas aprendan inglés / EFE

Keniana trabaja con menores de su aldea, para que, como ella, se eduquen y escapen del matrimonio forzoso

Hay muchos lugares donde a las niñas les mutilan los genitales tras su primer periodo, sus padres las casan a cambio de ganado y, para cuando son treintañeras, su cuerpo está exhausto de dar a luz. Una mujer masai ha descubierto la vacuna contra esta epidemia: la educación.


El matrimonio forzoso afecta a 400 millones de mujeres en el mundo y se extenderá a 142 millones de niñas más durante esta década, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

Sin embargo, ese problema ya se combate en pequeños focos como Enoosaen, un pueblo perdido en la sabana del sur de Kenia.


La keniana Kakenya Ntaiya ha abierto allí una escuela para que las niñas aprendan inglés, matemáticas y, sobre todo, a perseguir sus sueños, al margen del deseo de sus familias o comunidad.

Su sueño fue convertirse en profesora cuando, al igual que todas sus amigas, estaba destinada a casarse en plena adolescencia y engendrar una prole lo más numerosa posible, canon de buena esposa en la tribu masai.

"Los profesores no tenían una vida muy dura. Además, tenían un salario fijo, tenían clase y vestidos bonitos. Yo quería todo eso. Veía a mi madre trabajar tan duro. Yo no quería vivir así", cuenta a Efe esta mujer de 36 años.


Prometida desde los cinco años, la maestra consiguió llegar a un pacto con su padre para seguir estudiando tras su primera menstruación: solo se sometería a la ablación, un ritual que marca el final de la etapa escolar y la preparación para el matrimonio, si le dejaba terminar sus estudios de educación secundaria.


Kakenya volvió a esquivar su destino conyugal cuando, tras obtener una beca universitaria, pidió permiso a los mayores de su comunidad para convertirse en la primera mujer de Enoosaen que estudiaba en Estados Unidos.

"Para que me ayudaran, les prometí que volvería y que ayudaría a la comunidad, aunque en realidad no estaba pensando en regresar, solo en salir de una situación", dice a Efe la docente, al explicar que la aldea entera hizo una colecta para financiar su estancia.


En su opinión, el matrimonio temprano, forzoso y endémico, que rige en muchas culturas africanas y asiáticas, "simplemente está mal".

"Cuando te casas a los 12 años -asegura-, tienes tu primer hijo a los 13, otro a los 15, el tercero a los 16, estás siempre embarazada y con un bebé a las espaldas; tienes que cuidar a los niños y no hay trabajo para ti. Dependes de tu marido, que se va a beber con los amigos y te pega. Es duro".


Kakenya se doctoró, se casó con el hombre que quiso y volvió a Enoosaen para ayudar a las niñas a emular su gesta a través de la educación: "Es lo más importante -subraya-, porque el conocimiento les da poder y les permite ser parte del mundo".


El Centro Kakenya para la Excelencia, creado en 2009, no solo prepara a las chicas para encontrar un trabajo, sino que "aprenden liderazgo, a tomar decisiones y a ser valientes", y por eso quieren ir a la escuela en lugar de casarse.

La plataforma internacional "Girls not Brides" ("Niñas, no esposas"), que agrupa a 250 organizaciones que buscan erradicar el matrimonio infantil, lucha cada día por alcanzar ese objetivo.

"Toda mujer tiene derecho a elegir con quién se casa y cuándo quiere contraer matrimonio", defiende su coordinadora, Lakshmi Sundaram, en declaraciones a Efe.


Aunque estas uniones ocurren también en Europa y en Estados Unidos, la mayor parte suceden en el mundo en desarrollo, donde una de cada tres niñas será esposa antes de los 18 años y una de cada nueve antes de los 15, a partir de edades tan tempranas como los 8 años.


El 46 por ciento de las menores de edad del sur de Asia han contraído ya matrimonio, el 38 por ciento en frica Subsahariana, el 29 por ciento en Latinoamérica, y el 18 por ciento en Oriente Medio y el Norte de África, según UNICEF.


Para Sundaram, la educación es un pilar en la defensa de los derechos de estas adolescentes: "Si no tienen escuelas ni oportunidades para ganarse la vida, es muy difícil evitar el matrimonio infantil".

Ella aboga por la creación de "espacios seguros" donde las niñas puedan pedir ayuda y emprender medidas para castigar este tipo de enlaces, que se celebran con total impunidad en países como la India o Kenia, donde son ilegales.


Kakenya incide en esta ironía normativa: "Es ilegal pero, si detenemos a los padres, quién cuidará de ellas?".


El Festival de Cine de Human Rights Watch, celebrado en Nairobi la pasada semana, programó "Tall as the baobab tree" ("Alto como el árbol baobab"), una película de Jeremy Teicher que aborda cómo se enfrentan las jóvenes senegalesas a los matrimonios no deseados.

"Creo que esta práctica tradicional acabará cuando económicamente se perciba que la educación es el mejor camino hacia un futuro más brillante", explica Teicher a Efe.


Cuando una niña masai se casa, la familia consigue siete vacas. "Es un incentivo muy grande", lamenta Kakenya.


Pero ella no pierde la esperanza: "Una niña puede cambiar una familia, y si cambia esa familia puede cambiar la comunidad entera. Plantamos pequeñas semillas que marcarán una diferencia en la vida de la comunidad". Y en la de millones de niñas, no esposas. 
Red de Inspiración femenina

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